Altos fondos.
Suelo ir los domingos a comer a casa de mis padres, pero el otro día tenían el bautizo de no-se-cuala prima de última generación (debo tener unos 45 primos, en serio), y no fui. Dado que ya como suficientemente solo entre semana, decidí salir a algún cafetín abyecto a codearme con las bajas esferas mientras engullía vete-a-saber-qué, o similar. Conseguí lo que buscaba, el bar Denver. Atmósfera aceitosa, camareras rumanas, suelo pegajoso, y clientes deformes y solitarios. Mi sorpresa llegó al oir la conversación que mantenía una de las camareras con dos tipos ultramorenos y megatatuados, que bien podían ser camioneros o similar ¡Hablaban de la decoración de sus respectivos salones! No gritaban, no usaban las expresiones típicas de su calado social (a saber "me se", "fuistes", "arradio", etc..), se respetaban el turno de palabra, y movían la cabeza educadamente asintiendo a su interlocutor. Sorpresón que te rilas. La verdad es que me llevé una alegría al comprobar que la globalización tiene más de un sentido, pues los modales versallescos han conseguido llegar a puntos tan recónditos como el bar Denver.