-Háblame, oh, musa de los medios hornos! Dime por qué copón Menguile necesita tubos de ensayo y pipetas de colorines para ser un sencillo cocinero de pizzería. Instrúyeme sobre los misterios de este horrible hedor que me embarga, y qué puedo hacer para controlar mis ganas de ponerlo en la puta calle de una vez.
A pesar de mis gritos, Menguile no se daba por aludido, seguía a lo suyo, de espaldas a mí, concentrado en su mesa de aberraciones psicalípticas. Opté por tirarle una bandeja de lasaña a la cabeza, y así conseguí que se girase para hablarme. Pero casi mejor no lo hubiese hecho, ya que tenía una pizza estampada en la cara el muy zoquete. Se la quitó, dejando rastros de queso fundido a lo largo de los surcos de la edad. Se limpió la lasaña hirviente del cogote y se me acercó.
-¡Ah! Amo Woswis, quería hablarle de mi descubrimiento precisamente...
-No me llames amo nene, que no eres Quasimodo aunque lo parezcas, y yo no soy Victor von Frankenstein. ¿Qué experimento es ese que requiere que te emplastes una cuatro quesos en la cara, Menguile querido?
-Pues buscaba el veneno perfecto, como en mis buenos tiempos, con una aleación de camembert y tántalo a espuertas. Inoloro, incoloro, insípido, sin rastro en sangre... Perfecto, vamos. Y una pizza me pareció una adecuada plataforma de ensayo, todo esto con fines médicos claro. Pensaba inventar el antídoto y comunicarle el experimento a la OMS... El caso es que he resbalado y mi cara ha ido a caer sobre la pizza de marras. Creí morir, pero tras el shock inicial he notado que la masa y los ingredientes constituían un filtro ideal para entender a las moscas y hablar con ellas.
Acto seguido, sin respuesta alguna por mi parte debido a la estupefacción que me había producido su demencial relato, me estampó la pizza en la cara. Sabía a tántalo ciertamente, y había alguna esencia de bergamota escondida juguetonamente entre los cuatro quesos, tras el roquefort seguramente. Entonces ocurrió un milagro, pude ver a través de la pizza. La cocina estaba rota en mil imágenes distintas, y me apetecía sangre. Vi que una mosca despegaba del extractor y se me acercaba, hasta posarse en el hombro de Menguile. Me habló.
-Tú debes ser Woswis, nuestro archienemigo...
-Encantado... No tengo nada contra ustedes, que conste.
-Ya, tus asesinatos en masa son desinteresados. Mira chaval, mi família lleva en este local mucho más tiempo que tú. Son ya 148 generaciones de moscas del vinagre, o sea casi once meses. En verano estamos preparando una inmigración masiva que te rilas. Vas a tener que chapar o tus clientes morirán a mansalva, agonizando mientras vuestro Dios les pide la cuenta.
-¿Tú quién eres?
-Soy como el Ché díptero, y aunque me quedan dos días de vida, acabaré contigo cabrito. Menguile se ha rendido y por eso le perdonaremos la vida, será nuestra mascota.
Miré a Menguile, sonriendo como un idiota y afirmando con la cabeza. Me quité la pizza de la cara y la tiré a la basura, junto con el bote de especias de tántalo. Acto seguido me dirigí a por el Cucal, el Moscal, el Mosquimuertil... Llamé a Desinfecciones Avenger, a los Gumbusters, y al manicomio, para que pasaran a recoger a Menguile cuanto antes.